Al contrario de lo que todos creen, el origen de la pizza no es Italia sino Grecia. Allí cubrían el pan con aceites, especias y queso y, en la era bizantina, les dieron el nombre de pita -aunque una versión dice que la palabra pizza viene del alemán-.
La idea se trasladó a otras regiones y en Nápoles alcanzó la forma que tiene hoy: con una base de tomate y queso, a la pizza puede agregársele cualquier ingrediente que venga a la imaginación del cocinero.
Durante los últimos doscientos años se han desarrollado diferentes técnicas, que varían la base -más gruesa, más delgada o más crocante- y el método de cocción -el tipo de horno influye en el sabor y la textura finales- . Chefs y restaurantes de todo el mundo -desde Estados Unidos hasta Malasia, pasando por Suecia y Brasil- han creado sus propios estilos, incluyendo formas de moldes, cantidad de levadura, tipos de queso y maneras de hornear entre las variedades que los hacen únicos.
En cualquier caso, una buena pizza es un plato práctico y balanceado. En ciudades tan costosas como Venecia puede ser la mejor opción para los viajeros de bajo presupuesto y, cuando se trata de compartir -tanto en un restaurante como en la casa-, es infalible para comer bien sin ninguna complicación.
Para cuidar la salud de los fanáticos de la comida rápida, Italia se puso en la tarea de aclarar que las pizzas congeladas no son recomendables: lo mejor es que la masa y todos los ingredientes estén frescos. Pero no importa el momento del día ni la ocasión: la pizza siempre es bienvenida.